La inclasificable Lila Downs
En un mundo donde la gente ama las etiquetas Lila Downs se abre paso desechando una a una las que le colocan.
Le han dicho que es la nueva Lola Beltrán, que interpreta desde la claridad y el desdén de Chavela Vargas, que sus letras con contenido social y su pensamiento progresista son pura pose, que su falsete es una mala copia de Lucha Reyes y que en su afán de mezclar los géneros musicales termina desdibujándolos y despareciéndolos al punto de irrespetar la música vernacular mexicana.
Por el contrario, Downs no trata de ser ni Lola, ni Chavela, ni mucho menos Lucha. Con el perdón de todas ellas, Lila posee un registro vocal que alcanza mayores rangos que el de Lucha Reyes (la mejor cantante de las tres anteriores), de hecho posee ese registro vocal denominado “Registro de Silbido” que viene a ser el registro vocal más alto de la voz humana (el timbre de las notas que producidas son similares al de un silbido); al mencionarlo, hablamos de voces privilegiadas como la de Mariah Carey, Christina Aguilera y Ariana Grande. En resumen, la señora Downs puede subirse al escenario y cantar lo que se le antoje, sin pifiarle a una sola nota, llega a todas.
Acerca de su lírica, el contenido social y el pensamiento progresista; habría que detenerse un segundo a revisar la historia personal de Lila antes de emitir opinión sobre su fuente de inspiración. Hija de madre mixteca y padre norteamericano, la cantante y compositora creció entre Oaxaca y Minnesota, en un mundo rodeado de manifestaciones artísticas – madre cantante y padre profesor de arte y cine, de ideas de izquierda.
Antropóloga de profesión, le preocupaba el poder integrar los mundos de los que provenía, el fusionarlos al punto en el que se habían fundido en su propio día a día. Así nace Ofrenda (1994),su primer disco y que es justamente eso, una ofrenda a sus hermanos de Oaxaca que partieron hacia los EE.UU. en busca del sueño americano. Cuenta la propia Lila, que la idea del disco nació a partir de un hecho que marcó su vida y que corresponde al momento en el que tuvo que traducir del inglés a la lengua mixteca, la carta de defunción de un paisano muerto intentando cruzar la frontera.
Luego La Sandunga (1997), recopilación de canciones populares de Oaxaca, El Árbol de la vida o Yuyu Tata (2000) en la que recorre parte de la mitología y cultura Nahualt, Mixteca y Zapoteca; estos dos álbumes con ligera influencia occidental, pero conservando sus raíces y La línea/The Border (2001) en la que oficialmente desembarcan los ritmos norteamericanos como el jazz, country, góspel e incluso hip-hop, para combinarse con el corrido, la cumbia mexicana, las rancheras e incluso, uno que otro bolero como Mi Corazón me recuerda, un poema del chiapaneco Sabines, con una interpretación para poner en un marco.Hasta aquí, no se siente, ni se oye nada falso. (Favor de oír Sale sobrando )
A partir de La línea/The Border, Lila fue trazando la suya propia, la fusión era su sello, lo suyo era la mezcla que engendra, como un niño que juega con un par de acuarelas y en su intento inocente crea un color nuevo en la paleta. Llegó La Cantina: entre copa y copa… (2006), homenaje a la ranchera que sale del corazón y a veces también del hígado y allí está Tu recuerdo y yo, ranchera electrónica deliciosa que te deja boca abierta con el pequeño fraseo hip hopero que engancha entre estrofa y estrofa.
Ya consagrada en el mercado musical, Lila da a luz a Pecados y Milagros (2011) y con él una de mis canciones favoritas de la intérprete, Zapata se queda, compuesta y producida por el galardonado trío Cohen/Duarte/ Downs (Gramy al Mejor Álbum de Música Regional Mexicana y Gramy Latino al Mejor Álbum folklórico). Dicho tema, es un homenaje a la figura de Emiliano Zapata y su rol fundamental en la Revolución Mexicana, que cuenta con la genial colaboración de la colombiana Totó La Momposina y El Rebelde del Acordeón, Celso Piña, que hace sentir su presencia en medio de esta representación caóticamente perfecta de la cultura mexicana en una apuesta visual dirigida en esa ocasión por Gustavo Garzón.
Lo de la apuesta visual, me da pie para tocar otro de los puntos neurálgicos de la presencia inquietante y soberbia de Downs en el ámbito musical latinoamericano y mundial en los últimos tiempos.
Lila a pesar de su imagen menuda, se hace inmensa en el escenario cuando se enfunda en sus chales de colores, viste sus faldones atubados, sus blusas bordadas y se peina su largo cabello azabache; el cuero, los flecos, las cintas, todo juega un rol fundamental. Y de nuevo, no es Frida, ni Chavela; es Lila, es de Oaxaca, es fuerte, es sexy y también es bella, desde su tez morena de rasgos duros, desde sus ojos misteriosos de jaguar negro, desde la libertad de su pensamiento gringo.
Entonces llegamos a Balas y Chocolate (2015), un título que guarda coherencia con la alegoría a la muerte que contiene la mitad del disco, porque la otra mitad corresponde al amor. Balas, las que se tienden sobre la compositora en Son de Difuntos, Una cruz de madera y Viene la Muerte echando raseros; chocolate el que saboreamos en Cuando me tocas tú, Dulce Veneno y La Promesa y en el medio el discurso progresista que muchos critican y que otros avalan: La Patria Madrina y Humito de Copal, ambos los primeros singles lanzados para promocionar el álbum, hablan de los normalistas de Ayotzinapa y los periodistas desaparecidos a lo largo de la última década en el México cada vez más violento y sin garantías de la autora.
Aquí hay dos cuestiones discutibles: Primero, el lanzamiento del single La Patria Madrina, es considerado oportunista; según explicó la propia Downs, la letra de la canción, ya estaba escrita antes de los fatídicos hechos, solo agregó frases como:
“Vivos se los llevaron, vivos los queremos”
Con el lanzamiento en video del tema, la oaxaqueña consigue el escenario perfecto para enganchar con la situación político/social del país, en una ya conocida rebelión musical, que busca desde el arte transformar México y la sociedad latinoamericana.
Segundo: La presencia de Juanes, en un dúo que desde lo musical, fusiona cumbia con ranchera e incluso incorpora descarga de rock y se oye muy bien; pero que desde lo ideológico deja que desear. Se hace difícil relacionar a Juanes con el pensamiento de Bolívar, José Martí o Vicente Guerrero, tal como señala Downs en una estrofa hablada del tema:
“Latinoamericana de honor, no puedo traicionar mi ideal. Mi patria es primero, ¡Vicente Guerrero!”... “¿Cuáles son los ideales de los latinoamericanos? ¡Mis hermanitos! El sueño de Simón Bolívar, José Martí, Vicente Guerrero”.
Me quedo con el corrido Las casas de madera, un lamento ante el abandono y lo difícil que es sobrellevar un amor que acaba. La voz lastimera de Downs me llega al alma y sé que ésta mixteca no es Lola, ni Chavela, tampoco Lucha o Frida; no es cumbia, no es bolero, corrido o ranchera; mucho menos jazz, góspel, country, rock o hip hop. Es Lila Downs y lo suyo es inclasificable.